domingo, 2 de diciembre de 2012

Capítulo V


Tardaron tres días en llegar a Cill Mhantāin, “la iglesia de Mantán”, un puerto a orillas del mar que les separaba de Anglia. Contaban que Mantán era un monje que acompañaba a San Patricio. Cuando llegaron al puerto los habitantes les apedrearon y una piedra alcanzó a ese monje en la boca. Desde entonces le llamaban mantachān, “el desdentado” y decidió como penitencia quedarse a cristianizar el lugar. Desde que llegaron los extranjeros el puerto era llamado también Wykynlo, el vado de los Vikingos (Wicklow). Habían cruzado por las montañas y pasado la noche antes en un monasterio a orillas de un lugar llamado Glean Dā Loch el Valle de los dos lagos (Glendalough). A Sinead le encantó el lugar y habló a Ardrid de quedarse a vivir allí. El viejo refunfuñó y negó sin decir una palabra. Sinead le reprochó que quizás el hecho de tener que vivir al lado de un monasterio no fuera bueno para él pero no era nada malo para el pequeño Ian y para ella misma. Ardrid le recordó que tenían una misión que realizar.

— Cuando hayamos llevado a tu padre al lugar al que pertenece y hayamos devuelto a su dueño legítimo un objeto muy preciado.

— ¿A mi padre y a quién más? Porque en esa vasija no sólo está mi padre. Creo que es hora de que me digas de una vez quién era la persona que acompaña a mi padre. Y de paso, qué es ese objeto tan preciado por el que dio su vida sin importar que pasara con nosotros— Sinead soltó lo último como una bofetada.

— Precisamente dio su vida por protegeros.

— ¿Pero quienes somos nosotros para que nadie venga a buscarnos? Somos unos pobres labradores.

— También en eso te equivocas pequeña Sinead.

La niña esperaba la explicación cuando el pequeño Ian se despertó y pidió algo de comer. Ardrid detuvo el carro y preparó algo de comida que le dieron los monjes. Sabía que en breve Sinead volvería al ataque y que a no mucho tardar tendría que empezar a contarle algo. Ian se levantó con un trozo de queso en la boca y señalando al camino llamó la atención de los dos.

— Creo que viene alguien. Por allí.

— Rápido, los dos, fuera de aquí. Escondeos tras los helechos. No salgáis hasta que yo lo diga. Bajo ningún concepto y veáis lo que veáis. Te lo digo a ti en especial Ian. 

Ardrid se levantó sobre el carro para ver bien a quien se acercara mientras los niños se escondían raudos como conejillos.

Dos carros tirados por mulas venían en la misma dirección que ellos. Se trataba seguro de comerciantes que se dirigirían a Cill Mhantāin. Cuando llegaron a su altura se detuvieron para saludarle. En Irlanda era difícil pasar de largo sin que alguien te preguntase por la última noticia o a quien habías visto. Había autentica avidez por conocer cualquier cosa que hubiese podido acontecer y el ver a un extraño era abrir la posibilidad de enterarse de algo nuevo.

— ¡Slāinte! (Salud) — dijo el primero de los hombres. — Me llamo Barra ¿le importa que comamos aquí?

— El camino es libre — contestó Ardrid aparentando.

— No pretendemos molestarte, es por comer acompañados y charlar un poco — dijo el conductor del otro carro.

— No me molestáis, sólo que ya iba a marcharme.

— Bueno, entonces comeremos solos.

Ardrid se empezó a poner nervioso ya que no sabía como recuperar a los niños con los dos hombres allí. Como los hombres no se daban prisa comenzó a recoger y a dar vueltas alrededor del carro. Los hombres se miraban extrañados.

— ¿Te ocurre algo amigo? — dijo el que decía llamarse Barra.

Ardrid gruñó y subió al carro. Hizo un gesto imperceptible hacia los arbustos para que le siguiesen más adelante. Arreó al buey y se despidió de los hombres. Éstos le observaban marchar cuando sintieron moverse algo entre los arbustos. Rápido se levantaron y cogiendo cada uno su bastón se dispusieron a defenderse.

— ¿Quién anda ahí? Sal o tendrás problemas.

Ardrid continuaba ajeno a todo mientras de entre las matas salieron tímidamente los dos niños.

— ¿Quiénes sois y que hacíais ahí?

— Señor déjenos marchar, no hacíamos nada — dijo Sinead mirando de reojo el carro de Ardrid que se alejaba.

Uno de los hombres agarró a Ian y Sinead lanzó un grito. Al instante Ardrid se giró y vio lo que sucedía unos metros atrás. Saltó del carro y buscó la vieja espada de Alasdeir.

Con una finta casi descabeza al que asía a Ian, pero por el rabillo del ojo le vio llegar y se apartó casi de milagro. Al verle armado de aquella impresionante espada los dos hombres habrían huido pero temiendo perder la carga que transportaban decidieron negociar.

— Tranquilo hombre, no pretendíamos hacerle ningún daño.

— ¿Son tus hijos, porqué los escondías? — dijo Barra.

Ardrid tras la hoja negra protegía a los niños como un jabalí herido.

— Dejadnos ir, no tenemos nada que deciros.

— ¿Porqué tiene que ser así? Sólo somos comerciantes, quedaos con nosotros. No tenemos ninguna intención de haceros nada.

— Os vendría bien conocer gente en Cill Mhantāin, sobre todo si tenéis que ir escondiéndoos.

Ian y Sinead miraban nerviosos a Ardrid y este no dejaba de pensar. Seria muy fácil matarlos, había matado muchos hombres y no de uno en uno siempre. Eso sin embargo les traería más complicaciones en la ciudad y quizás tenían razón y podrían servirles como intermediarios con algún capitán de los barcos atracados.

— Está bien pero no hagáis preguntas — Ardrid bajó la guardia y los hombres también se relajaron.

— Empecemos de nuevo compañero, me llamo Barra y mi acompañante Connall. Somos transportistas de lana y vamos a vender esta en la ciudad.

— Soy Ardrid y estos son mis hijos — mintió, — mi esposa murió y vamos a buscar un barco para regresar a Yorvik (York) al otro lado del mar.

— Os acompañaremos y juntos buscaremos algún barco que os lleve hasta vuestra tierra. Conozco a algunos marineros que por poco dinero os llevarían.

Ardrid aceptó aun a regañadientes pero no tenían otra opción, no hacerlo sólo les traerían más problemas si querían pasar desapercibidos.

1 comentario:

Kerish dijo...

Y en el camino a York, hay tiempo para un bocadillo de jamón :P
Esperando por el siguiente, a ver si Uladh o su fantasma rememora las antiguas hazañas. Nostalgia.