Tardaron tres días en llegar a Cill Mhantāin, “la iglesia de
Mantán”, un puerto a orillas del mar que les separaba de Anglia. Contaban que
Mantán era un monje que acompañaba a San Patricio. Cuando llegaron al puerto
los habitantes les apedrearon y una piedra alcanzó a ese monje en la boca. Desde
entonces le llamaban mantachān, “el desdentado” y decidió como
penitencia quedarse a cristianizar el lugar. Desde que llegaron los extranjeros
el puerto era llamado también Wykynlo, el vado de los Vikingos (Wicklow).
Habían cruzado por las montañas y pasado la noche antes en un monasterio a
orillas de un lugar llamado Glean Dā Loch el Valle de los dos lagos (Glendalough).
A Sinead le encantó el lugar y habló a Ardrid de quedarse a vivir allí. El
viejo refunfuñó y negó sin decir una palabra. Sinead le reprochó que quizás el
hecho de tener que vivir al lado de un monasterio no fuera bueno para él pero
no era nada malo para el pequeño Ian y para ella misma. Ardrid le recordó que
tenían una misión que realizar.
— Cuando hayamos llevado a tu padre al lugar al que pertenece y
hayamos devuelto a su dueño legítimo un objeto muy preciado.
— ¿A mi padre y a quién más? Porque en esa vasija no sólo está
mi padre. Creo que es hora de que me digas de una vez quién era la persona que
acompaña a mi padre. Y de paso, qué es ese objeto tan preciado por el que dio
su vida sin importar que pasara con nosotros— Sinead soltó lo último como una
bofetada.
— Precisamente dio su vida por protegeros.
— ¿Pero quienes somos nosotros para que nadie venga a
buscarnos? Somos unos pobres labradores.
— También en eso te equivocas pequeña Sinead.
La niña esperaba la explicación cuando el pequeño Ian se
despertó y pidió algo de comer. Ardrid detuvo el carro y preparó algo de comida
que le dieron los monjes. Sabía que en breve Sinead volvería al ataque y que a
no mucho tardar tendría que empezar a contarle algo. Ian se levantó con un
trozo de queso en la boca y señalando al camino llamó la atención de los dos.
— Creo que viene alguien. Por allí.
— Rápido, los dos, fuera de aquí. Escondeos tras los helechos.
No salgáis hasta que yo lo diga. Bajo ningún concepto y veáis lo que veáis. Te
lo digo a ti en especial Ian.
Ardrid se levantó sobre el carro para ver bien a quien se acercara mientras los niños se escondían raudos como conejillos.
Ardrid se levantó sobre el carro para ver bien a quien se acercara mientras los niños se escondían raudos como conejillos.
Dos carros tirados por mulas venían en la misma dirección que
ellos. Se trataba seguro de comerciantes que se dirigirían a Cill Mhantāin.
Cuando llegaron a su altura se detuvieron para saludarle. En Irlanda era
difícil pasar de largo sin que alguien te preguntase por la última noticia o a
quien habías visto. Había autentica avidez por conocer cualquier cosa que
hubiese podido acontecer y el ver a un extraño era abrir la posibilidad de
enterarse de algo nuevo.
— ¡Slāinte! (Salud) — dijo el primero de los hombres. — Me llamo
Barra ¿le importa que comamos aquí?
— El camino es libre — contestó Ardrid aparentando.
— No pretendemos molestarte, es por comer acompañados y charlar
un poco — dijo el conductor del otro carro.
— No me molestáis, sólo que ya iba a marcharme.
— Bueno, entonces comeremos solos.
Ardrid se empezó a poner nervioso ya que no sabía como
recuperar a los niños con los dos hombres allí. Como los hombres no se daban
prisa comenzó a recoger y a dar vueltas alrededor del carro. Los hombres se
miraban extrañados.
— ¿Te ocurre algo amigo? — dijo el que decía llamarse Barra.
Ardrid gruñó y subió al carro. Hizo un gesto imperceptible
hacia los arbustos para que le siguiesen más adelante. Arreó al buey y se
despidió de los hombres. Éstos le observaban marchar cuando sintieron moverse
algo entre los arbustos. Rápido se levantaron y cogiendo cada uno su bastón se
dispusieron a defenderse.
— ¿Quién anda ahí? Sal o tendrás problemas.
Ardrid continuaba ajeno a todo mientras de entre las matas
salieron tímidamente los dos niños.
— ¿Quiénes sois y que hacíais ahí?
— Señor déjenos marchar, no hacíamos nada — dijo Sinead mirando
de reojo el carro de Ardrid que se alejaba.
Uno de los hombres agarró a Ian y Sinead lanzó un grito. Al
instante Ardrid se giró y vio lo que sucedía unos metros atrás. Saltó del carro
y buscó la vieja espada de Alasdeir.
Con una finta casi descabeza al que asía a Ian, pero por el
rabillo del ojo le vio llegar y se apartó casi de milagro. Al verle armado de
aquella impresionante espada los dos hombres habrían huido pero temiendo perder
la carga que transportaban decidieron negociar.
— Tranquilo hombre, no pretendíamos hacerle ningún daño.
— ¿Son tus hijos, porqué los escondías? — dijo Barra.
Ardrid tras la hoja negra protegía a los niños como un jabalí
herido.
— Dejadnos ir, no tenemos nada que deciros.
— ¿Porqué tiene que ser así? Sólo somos comerciantes, quedaos
con nosotros. No tenemos ninguna intención de haceros nada.
— Os vendría bien conocer gente en Cill Mhantāin, sobre todo si
tenéis que ir escondiéndoos.
Ian y Sinead miraban nerviosos a Ardrid y este no dejaba de
pensar. Seria muy fácil matarlos, había matado muchos hombres y no de uno en
uno siempre. Eso sin embargo les traería más complicaciones en la ciudad y
quizás tenían razón y podrían servirles como intermediarios con algún capitán
de los barcos atracados.
— Está bien pero no hagáis preguntas — Ardrid bajó la guardia y
los hombres también se relajaron.
— Empecemos de nuevo compañero, me llamo Barra y mi acompañante
Connall. Somos transportistas de lana y vamos a vender esta en la ciudad.
— Soy Ardrid y estos son mis hijos — mintió, — mi esposa murió
y vamos a buscar un barco para regresar a Yorvik (York) al otro lado del mar.
— Os acompañaremos y juntos buscaremos algún barco que os lleve
hasta vuestra tierra. Conozco a algunos marineros que por poco dinero os
llevarían.
Ardrid aceptó aun a regañadientes pero no tenían otra opción,
no hacerlo sólo les traerían más problemas si querían pasar desapercibidos.
1 comentario:
Y en el camino a York, hay tiempo para un bocadillo de jamón :P
Esperando por el siguiente, a ver si Uladh o su fantasma rememora las antiguas hazañas. Nostalgia.
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