martes, 23 de abril de 2013

Capítulo XVI

Alasdeir se giró y al verlos huyó. El tiempo que tardaron en intentar atender inútilmente a Eric fue precioso para el joven Uladh. Se escabulló entre las edificaciones cercanas al río. Cuando los noruegos perdieron la pista retrocedieron hasta donde su capitán yacía muerto. Lo recogieron y lo llevaron hasta su barco. Inmediatamente se creó una partida de búsqueda mientras algunos fueron a denunciarlo al rey Ivar.

 

    Es un joven irlandés de pelo rubio rojizo que viene con un grupo de jóvenes cadetes.

    Sé de quién se trata — dijo el rey que les había recibido—. Traedlos a mi presencia — dijo al jefe de su guardia.

 

Los de Connacht fueron conducidos a la torre de madera donde residía el rey de Dyflin. Allí les preguntaron una y otra vez sobre el paradero de Alasdeir. Ciarain, que se erigió en portavoz de los suyos estaba indignado con los hechos. Pidió permiso al rey para regresar a Sligo, la capital del Connacht, e informar a su rey. Ivar exigió un rehén y fue Kenneth, uno de los mejores amigos de Alasdeir, quien se presentó voluntario. El rey quedó de acuerdo y despidió tanto a los de Connacht como a los noruegos. Ciarain renegaba de Alasdeir, camino de la taberna donde se alojaban.

 

    Alguna razón debe tener para haber hecho eso, ¿no te fijaste como miraba ayer el barco de ese noruego? — dijo uno de los jóvenes.

    Y tanto interés por saber de quién era el drakkar. Creo que teníamos que haberle preguntado cuando le vimos ayer tan preocupado y tan extraño — dijo otro de ellos.

    Sea como sea, Eochaid se enfadará mucho cuando se entere. Vamos a recogerlo todo y larguémonos de aquí enseguida — dijo Ciarain, — no creo que esos galls se conformen con lo que el rey Ivar ha dicho. No voy a esperar que vengan a destriparme.

 

Todos se sumaron a la decisión y se apresuraron a salir cuanto antes hacia Sligo. E hicieron bien pues, tan solo unas horas más tarde, un grupo de vikingos de la partida de Eric se presentó donde se habían estado alojando para dar buena cuenta de ellos. Se salvaron de ser perseguidos por los norsemen porque no querían alejarse de su barco. Poco les habría costado arrendarse unos caballos y haberles dado caza en unas horas.

Mientras sus compañeros corrían por los caminos de Laighean, Alasdeir se hallaba escondido en uno de los muchos almacenes que formaban la vieja ciudad de Dyflin, a orillas de las negras aguas del Liffey. Se tranquilizó cuando tras unas horas de espera nadie le había encontrado aún. Esperaría a la noche para salir de la ciudad y buscar la manera de llegar a Connacht. De pronto reparó en que estaba abrazado a la espada de Eric. La sangre del vikingo aún estaba fresca y Uladh la dejó en el suelo asqueado. Pasó algún tiempo allí agachado entre costales de cebada y bultos. La tensión de lo ocurrido y el no haber comido nada en casi veinticuatro horas le tenia adormecido. Una voz le sacó del trance.

 

    ¿Qué tenemos aquí? Tenemos un ladrón aquí detrás — dijo un hombre de larga barba y el pelo largo hasta más abajo de los hombros.

 

El gigante noruego se agachó y le observó mientras se rascaba la barba. Alasdeir recogió la espada para defenderse de una muerte segura si aquellos, como creía, eran los hombres de Eric. El noruego se echó hacia atrás y alzó las palmas desnudas en señal de paz. Un par de compañeros se le acercó. Se trataba de un hombre alto y moreno de mediana edad y un joven de pelo también oscuro.

 

    Espera — dijo el mayor, — ¿eres tú el que ha mandado a Eric a Niflheim? Tienes a todo Dyflin detrás de ti.

    No os acerquéis a mí o acabaré con vosotros — musitó Uladh.

    No tienes que temer nada. No vamos a hacerte daño — esta vez el que habló fue el más joven —. No tardarán en encontrarte. Podríamos ayudarte si confías en nosotros.

    ¿Porqué tendría que fiarme? — dijo Uladh aún aferrado a la espada.

    Porque odiábamos a Eric tanto como tú. Ese mal nacido no respetaba ni a su gente.

 

El joven le tendió la mano. Uladh bajó el arma y se incorporó despacio. Los hombres que acompañaban al más joven se echaron hacia atrás para dejarle espacio. Los dos jóvenes se asieron del brazo a modo de saludo.

 

    Mi nombre es Sigurdr Sigmundsønn. Mañana salimos hacia Bergen. Podemos llevarte a lugar seguro... si quieres.

    Me llamo Alasdeir O’Thoghda, pero mis compañeros me conocen como Uladh. Si pudierais llevarme hasta Sligo, seguro que el Rī Eochaid os recompensará.

    Ya hablaremos de eso cuando estés a salvo. Ahora tenemos que pensar cómo sacarte de aquí sin que te descubran. Ah, por cierto... te llamaré Uladh, no podría pronunciar lo otro.

 

Una carreta se acercó hasta el almacén y en ella se introdujo Uladh para ser conducido hasta el puerto. No solo la guardia de Ivar le buscaba; también la gente del Negro andaba rastreando las calles para darle caza. Estaba seguro que si los hombres de Eric daban con él su muerte no seria instantánea. Pero si era el rey de Dyflin, quizás también lo entregase a los noruegos para que tomasen venganza sobre él. De cualquiera de las maneras su vida pendía de un hilo y este hilo era en este momento aquel joven noruego llamado Sigurdr que le brindaba su ayuda.

Una vez llegaron hasta el puerto, fue embarcado en un drakkar que estaba amarrado justo dos barcos más allá de el del propio Eric. Tanto era así que debían pasar por él a través de unos tablones puestos como puente entre unos y otros. Sigurdr decidió que era el lugar más seguro, la misma guarida del dragón. Era el lugar donde menos se les ocurriría mirar. Para ello le envolvieron con unos sacos de arpillera y simularon llevar algún fardo de la carga normal de un buque a punto de zarpar. Prácticamente todo estaba preparado para salir a la mañana siguiente y así ocurrió, cuando comenzaba a amanecer los remos del dragón se hundieron en el Liffey y la quilla se deslizó suavemente por sus negras aguas. Hasta que no abandonaron la costa no salió Uladh de debajo de la toldilla donde se ocultaba. A pesar de que el mar era un plato y el drakkar muy marinero, Uladh nunca había navegado y estaba aterrado. Aterrado y mareado, por navegar a bordo de algo tan veloz y a través de un mar sin fin y más profundo que el más profundo de los ríos por los que él había cruzado. Aterrado por que iba a lomos de aquello que más temía, un dragón de madera y maromas de cáñamo. Rodeado de la gente que más le sobrecogía, vikingos.

El joven que le había ayudado se le acercó a traerle un cuenco con cerveza. Uladh lo rechazó con cara de asco.

 

    Es lo mejor que puedes tomar para asentar el estómago. Øl caliente.

    No podría. La vomitaría.

    Que va — dijo Sigurdr —. La cerveza te hinchará el vientre y no lo sentirás pegado a la espalda. La espuma evita que el liquido se mueva dentro del estómago y te de más sensación de mareo. El calor te reconfortará y además sirve de alimento.

 

El noruego le acercó de nuevo el humeante cuenco. Uladh lo cogió y se lo acercó a los labios. Bebió un poco y puso mala cara. Aquello sabía a orines. Él nunca había bebido aquel tipo de mejunje. La cerveza que ellos tomaban era más suave y además fría. Invitado por Sigurdr apuró el contenido y se recostó.

 

    Has matado a un gran guerrero tú solo.

    Pensé que también le odiabas — dijo el irlandés.

    Eso no quiere decir que no le respetase como rival ¿Qué te hizo para que le matases? Y de esa forma tan indigna para un norsemen.

    Hace bastante tiempo él mató a mi padre de forma más indigna aun. Juré vengarme y los dioses han tenido en cuenta mis plegarias. Mi vida se trastocó desde aquel día.

    Y más que se va a trastocar desde este momento. Seguro que su gente decretará la Bløtrache sobre ti. Si no tienes un poco de suerte amigo mío, estás muerto.

    Y vosotros ¿qué cuenta pendiente tenia con vosotros?

    Es algo muy largo de contar y que pertenece al pasado ya.

 

Sigurdr no le contaría que su padre, el viejo Sigmund Sigmundsøn apodado Ravna, era rival de Eric Mjork. Que una vez, cuando eran jóvenes, eran vecinos de aldea hasta que fue arrasada por el rey Harald Hårdradda de Noruega y tuvieron que buscar tierras nuevas y convertirse en vikingos.



 

La costa de Connacht era alta y escarpada y solo algunos puertos naturales, muy escasos, podían ser utilizados para el arribe de grandes naves. Los ríos caudalosos y salvajes del reino hacían muy difícil la subida de los rápidos drakkars. Tampoco había allí nada que interesara a los escandinavos, por eso resultó toda una novedad cuando aparecieron las velas del buque de Sigurdr Sigmundsøn por la bahía de Sligo. La guardia del Rī Eochaid formó en el escueto embarcadero del puerto. Una comitiva formada por el comandante noruego y varios de sus hombres descendió del barco y pidió ser recibido por el Rī. Fueron escoltados al dūn y se entrevistaron con el propio Eochaid. Fueron agasajados como si se tratase de embajadores de algún reino exótico. Pocas visitas recibía el Rī Eochaid en su lejana ciudad de Sligo y los extranjeros recién llegados eran un aliciente en la relajada y aburrida vida de la corte. Tampoco era cuestión de contrariar a aquellos hombres considerados salvajes por los irlandeses. Cabe decir que los propios irlandeses eran considerados a su vez como salvajes por los escandinavos.

Al anochecer regresaron a su nave amarrada en el puerto. Sigurdr levantó la cortina que cerraba la toldilla donde estaba escondido Uladh.

 

    Tu rey me ha dado garantías de que no te sucederá nada. Desea hablar contigo sobre lo sucedido. Creo que es un hombre sincero.

    Es un rey justo y honorable. No esperaba menos.

 

Al día siguiente se presentó ante el Rī junto a Sigurdr, que se ofreció como mediador. En el oscuro salón del trono se encontraba toda la familia real, los jefes de las tribus que estaban en ese momento en la capital y los líderes militares con el instructor incluido. Uladh se arrodilló ante el Rī y pidió perdón por lo ocurrido.

 

    No sé qué motivos te impulsaron a matar a ese hombre, Alasdeir, pero has cometido una grave falta. Has puesto en evidencia a tu Rī y en peligro a nuestro reino que ya de por sí está solo en esta bendita isla.

    Os pido perdón mi señor. No tengo palabras para justificar el hecho de haberos fallado en una sencilla misión como la que me encomendasteis. Pero puedo aseguraros que tenía una razón poderosa para hacerlo.

    Supongo que así es — dijo el Rī mientras hacia una seña para que se acercara el joven cadete que acompañó a Uladh a Dyflin —. Ciarain, tu palabra está bajo el juramento de soldado. Contéstame, ¿medió provocación por parte del lochanann?

    No sabría decirlo a ciencia cierta.

    Explícate.

    Uladh se detuvo y habló con ellos. Eso para mí es ya una provocación habida cuenta que los salvajes galls — los noruegos comenzaron a murmurar ya que entendían bastantes palabras en gaélico. Sigurdr les calmó con un gesto —, aprovechan cualquier ocasión que se les brinde para cometer cualquier exceso contra nuestra gente. Yo le advertí y él no quiso escucharme, estaba como abstraído.

    Bien, bien. Alasdeir, ¿qué tienes que decir a todo esto? — dijo Eochaid dirigiéndose a Uladh. Éste no contestó — ¿Te hizo o te dijo algo que constituyese un insulto? Dime algo con lo que yo pueda acudir a Ivar de Dyflin para justificar tu conducta y fijar el precio de la sangre de ese lochanann.

    Juré matarlo y lo hice. No me arrepiento de ello... tan solo de que haya sido de forma que os haya insultado y no haya podido serviros como merecéis.

    Está bien Uladh. Cuando te trajimos aquí, eras un pequeño salvaje de un reino enemigo odiado, despreciado y aborrecido por nosotros. Te ganaste nuestra confianza cuando salvaste a nuestra hija de una muerte segura arriesgando la tuya propia y eso no lo vamos a olvidar. Esperarás a que envíe una embajada a Dyflin o reciba aquí la suya para negociar tu rescate. Te dejaré libertad pero has de prometerme que no huirás de aquí o te juro por la Diosa que yo mismo te degollaré cuando te encuentre y no descansarás tranquilo mientras haya un soplo de vida en tus pulmones.

 

Uladh asintió y se retiró acompañado del instructor. Sigurdr pidió quedarse hasta que todo quedase aclarado y así mientras podría conocer la zona para la posibilidad de abrir nuevas rutas de comercio. A pesar de la reticencia de los jefes tribales a acoger a un salvaje que, según sus palabras,  podría estar reconociendo futuros territorios de caza, Eochaid le invitó a vivir en su dūn para formalizar una alianza con el extranjero del este.

Llamaron a la puerta del alojamiento de la tropa, era Maeve. Los tres o cuatro cadetes que descansaban en su interior se la quedaron mirando. Se levantaron y salieron fuera dejando solos a los dos jóvenes.

 

    ¿Mataste a tu dragón? — dijo ella.

    Ahora mi gente ha sido vengada, Maeve. Tú me comprendes ¿verdad?

    Me prometiste que te acompañaría a hacerlo Uladh.

    Me lo topé y no pude evitarlo. La Diosa lo puso en mi camino. Tendré que marcharme de aquí Maeve — dijo al final cambiando de tema.

    Mi padre hablará con ese rey noruego y le convencerá. Él es muy poderoso.

    Va a ser muy difícil hermana, la gente de ese Eric no se va a contentar con oro. Ese gall que me trajo aquí me lo ha dicho. Han decretado una especie de venganza contra mí y sólo se lavará con mi sangre o la de los míos. Por eso te pido que no se te ocurra seguirme.

    Ni hablar, tenemos un juramento. Recuerda, allí donde te necesite acudirás tú. Allá donde me necesites, acudiré yo.

    Esto lo he formado yo sólo y soy yo quien debe pagar.

    Pero... — protestó la pelirroja.

    Prométeme que no me seguirás.

    ¿Y no volveremos a vernos?

    Claro que sí, pero dentro de un tiempo.

    ¿Y adonde irás Uladh?

    Le pediré a ese Sigurdr que me lleve con él. No parece mala gente.

    Te convertirás en uno de ellos. Al final serás lo mismo que eso que tanto odiaste.

    Tal vez sea mi destino Maeve, si el dragón me dejó con vida y permitió que matase al hombre de hierro que lo guiaba, quizás quiera que sea yo el que lo monte.

    Está bien hermano, veo que no podré convencerte. Pero recuerda, no te perdonaré nunca el que te marches sin mí y si algún día estás en peligro y no envías a buscarme, yo misma te mataré si no logran hacerlo esos malnacidos — dijo llorando de rabia mientras se marchaba.

 

Uladh se quedó pensativo. Nunca hubiera querido separarse de su alma gemela, pero tampoco quería arrastrarla a aquel destino que le tenían reservados los dioses. Algún día lo comprendería.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uladh conoce a Sigurdr, esto sigue poniéndose cada vez más interesante :P
Estás hasta el cuello, tito... La sangre se lava con sangre.