—
¿Venis de Wyckynlo? — preguntó sin más.
—
¿Y a ti que te importa? — contestó el niño.
—
Ian, callate — replicó su hermana zarandeandole.
El rubio
miró a sus compañeros y todos rieron. El tabernero que se había dado cuenta del
asunto se decidió a intervenir.
—
¿Desean algo?
—
Una cerveza. Voy a sentarme en esta mesa — dijo el extraño al tiempo que
apartaba una silla y tomaba asiento.
Sus orejas
estaban perforadas por varias argollas plateadas que se movian con cada
movimiento de su cabeza. Era en verdad un hombre extraño aunque Sinead empezó a
percibir un toque familiar en su rostro.
—
Entonces qué, ¿venis de allí o no? — inquirió de nuevo.
—
Dejad a los niños, son unos harapientos que esperan a su abuelo para comer
algo — dijo el tabernero mientras dejaba la jarra sobre la mesa.
—
Ha dicho que te llamas Ian, ese nombre es gaelico. Seguro que vienes de
Erin — comentó el hombre sin hacer caso al tabernero.
—
¿Quién lo pregunta? — se oyó una voz desde la puerta y al unisono los
compinches del rubio se giraron para ver.
Allí
estaba Ardrid empuñando la espada. Los niños suspiraron aliviados aun cuando el
temblor que les invadia aún no había desaparecido. Los norteños se abrieron a
un lado y el cabecilla que permanecia sentado en la silla de espaldas a la
puerta sonrió.
—
Ardrid, Ardrid, Ardrid. ¿Desde cuando encargan a un zorro viejo cuidar de
los polluelos?
—
Ejnar. ¿Cómo nos has encontrado? — dijo el viejo bajando el arma.
Ian no
entendia nada pero Sinead recordó al hombre que, siendo más pequeña, había ido
a su granja a llevar las cenizas de aquella otra persona unos años atrás.
—
Supe lo del Jarl y cuando llegamos a la granja no estabais. No fue dificil
encontrar las pistas que nos han traido hasta aquí. Un viejo acompañado de un
niño y una jovencita por los puertos del sur no son muy comunes. Supimos que
veniais hasta Lundenwic y os hemos estado esperando. Supongo que Flintan debe
saber ya que andais por aquí.
—
Nos ibamos a embarcar enseguida en un viejo knorr que hay en el puerto y
al cual hemos pagado para llevarnos a Yorvik — dijo Ardrid bajando la voz.
—
Ya no es seguro. Seguidme.
En aquel
momento llegó la tabernera con una jarra de leche cubierta por un lienzo.
—
No hasta que se hayan tomado esta jarra de leche — dijo golpeando la mesa
con la vasija.
—
No tenemos tiempo que perder — señaló Ejnar poniendo la mano en el hombro
de Ardrid.
—
No tardarán nada y les vendrá bien si tienen que seguir viajando — repuso
de nuevo la mujer. — Y no hay más que hablar.
La
mujerona estaba acostumbrada a decidir a su antojo y a que se cumpliese su
voluntad. No era momento tampoco de formar un escandalo que atrajese miradas
peligrosas. Esperaron por tanto a que los niños almorzasen y después de que la
mujer les preparara algunas viandas para el camino se marcharon. Ejnar había
pertrechado una carreta cubierta y allí colocaron a los niños mientras Ardrid
recogia el equipaje del barco. Emprendieron el viaje en cuanto regresó.
Buscaron la vieja calzada que subía hacia el norte y se dirigieron hacia
Yorvik. La primera ciudad en donde decidieron detenerse fue Hamtun
(Northampton). La empalizada que encerraba la ciudad se levantaba frente a
ellos. Ejnar se acercó para pedir permiso para pernoctar y cuando regresó no
traia buena cara.
—
Hamtun está cerrada a los forasteros. Parece que ultimamente están
sufriendo ataques de bandidos y no quieren extraños.
—
¿Seguiremos entonces? — dijo uno de los norsemen.
—
No es seguro, será mejor que acampemos esta noche bajo la empalizada.
Podremos solicitar ayuda en caso de ataque — dijo Ejnar visiblemente
preocupado. — Esta noche no os alejeis de las armas.
—
Seria la primera vez — murmuró otro de los hombres de Ejnar.
El fuego
crepitaba en la pequeña fogata que habían encendido y los dos niños se
acurrucaban uno junto al otro. Ejnar se calentaba las manos cuando Sinead le
habló.
—
Gracias.
—
¿Porqué? — Dijo Ejnar sorprendido.
—
Por estar aquí protegiendonos. Tenia mucho miedo cuando ibamos solos con
Ardrid.
—
No sé porqué.
—
Bueno, él siempre nos trata bien aunque a veces es un gruñón. Pero es un
viejo y temiamos que alguien nos atacara.
Ejnar
sonrió. Cogió un poco de vino calentado en la lumbre y se lo entregó a la niña.
—
No puedo beber vino. No quiero emborracharme.
—
Ha perdido el alcohol jovencita. Tomatelo, te calentará el estómago —
cuando la chica cogió el cacillo, Ejnar removió las brasas para avivar el
fuego. — Creeme pequeña, si estuviese en peligro rodeado de enemigos, no
tendria mejor guardaespaldas que el viejo Ardrid.
—
Pero si es un anciano.
—
Querida niña, ¿acaso crees que ya nació así? Él fue un gran soldado. Tan
importante entre los suyos que su rey le nombró instructor de sus cadetes.
—
¿El rey Eochaid de Connacht?
—
Vaya sorpresa. ¿Quién te habló de él?
—
Ardrid — dijo Sinead sorprendida mientras sus ojos se humedecian.
—
¿Y no te contó que fue allí donde conoció a tu padre?
La joven
asintió mientras se enjugaba las lágrimas.
—
Creo que me iré a dormir. El humo me entra en los ojos. Buenas noches
Ejnar.
—
Descansa jovencita. Mañana tenemos un día bastante largo.
Cuando
llegó la mañana, estaba Ardrid recogiendo en la carreta los trastos para salir
cuando se acercó Sinead y sin mediar palabra se le abrazó al cuello y le espetó
un “Gracias” que le dejó extrañado. Se la quedó mirando mientras se alejaba.
Dejaron atrás Hamtun y continuaron viaje hacia el norte. Ardrid iba sentado en
el borde del carro y detrás de él, sobre fardos, iban los niños. A su lado,
escoltandolos, iban Ejnar y los otros norsemen. La niña empujó a Ian y éste a
trompicones se acercó al viejo.
—
Y bien — dijo Ardrid. — ¿Qué os pasa ahora? No me digais que quereis
volver a parar.
—
No, Ardrid. Queremos que continues la historia de mi padre. Lo prometiste.
—
No tengo ganas ahora, dejadme en paz.
—
Por favor, queremos oirte — dijo Sinead mientras le ponia la mano en el
brazo.
El viejo
Ardrid miró la mano de Sinead sobre su brazo y la miró a los ojos. Algo había
cambiado en la actitud de la niña. El hombre suspiró y fustigó a los bueyes que
tiraban del carro.
—
Está bien — dijo, con el consiguiente regocijo de Ian. — Por donde iba.
—
El rey de Connacht le dijo que era un héroe por
salvar a su hija — dijo el niño.
—
Ah sí. Está bien, pero no me interrumpáis con
preguntas o no os contaré nada más.
1 comentario:
Hum, más cosas del pasado que rescatar. A ver con qué nos sorprenden ahora...
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