jueves, 7 de febrero de 2013

Capítulo XI


Mientras jugaba con algunos de sus compañeros a la orilla del río se acercaron Eochaid y su esposa a disfrutar del escaso sol de verano que aquel día había querido salir para variar. La pequeña Ainne jugaba alrededor de su madre cuando un soldado se acercó llevando de las riendas un poney para que la princesa lo montara. El asintió dando permiso y el hombre subió a la niña al lomo del pequeño animal. Los poneys eran fuertes y acostumbrados a la fatiga y solían ser tranquilos, pero a pesar de lo que pudiera parecer por el tamaño de sus patas, eran relativamente veloces. La niña reía observada por sus padres mientras los niños se entrenaban luchando con sus manos en una especie de lucha grecorromana desnudos de cintura para arriba. Maeve les animaba tímidamente ya que no quería volver a ser objetivo de los reproches de su padre. De pronto el poney se asustó y se le escapó al soldado de la mano.

 

Los gritos de la familia hicieron que todos se giraran. La reina arrodillada con los brazos extendidos señalaba hacia donde se desarrollaba la tragedia. Eochaid y el soldado corrían tras el poney donde se aferraba la pequeña Ainne. Los muchachos se quedaron boquiabiertos sin saber como reaccionar. El instructor soltó al chico con el que se ejercitaba y salió en pos del cuadrúpedo que se alejaba con la niña encima. Las largas crines ayudaban a que se asiera la pequeña que, de caerse se estrellaría contra un suelo cuajado de piedras cortantes como navajas. Los tres hombres trataban de rodear al caballo para hacerlo detenerse abriendo los brazos. En uno de los giros, con la niña ya casi colgando en el vacío, el poney se acercó a donde estaban los muchachos. Deri no se lo pensó dos veces y se tiró al cuello del caballo. Éste se encabritó tratando de quitárselo de encima. Deri sintió que las crines se le escurrían de las manos y se asió con fuerza a lo primero que agarró. Por suerte fue la oreja del equino, el cual torció la cabeza y dobló las patas delanteras, deteniéndose y arrodillándose. Deri le tomó del labio superior y, tirando hacia sí, le torció el cuello hasta dejarlo indefenso. Subió su pierna sobre el grueso cuello del animal y se sentó sobre él a horcajadas. Inmediatamente los dos hombres que lo perseguían se lanzaron sobre las patas que seguían coceando al aire y lograron reducirlo definitivamente. Eochaid recogió a la pequeña Ainne y poniéndola sobre sus propios pies comprobó su estado. Tan sólo algún arañazo y un golpe en la rodilla parecía, a simple vista, ser el daño de la niña. Deri se levantó con el cuerpo cubierto de cortes del forcejeo en el suelo sobre las piedras. El resto de compañeros se arremolinó en torno al pequeño héroe mientras los dos hombres soltaban al poney que, una vez libre, se sacudió las crines y se alejó unos metros para ir a beber al río. La reina y Maeve llegaron después. La mujer lloraba abrazando a su pequeña mientras la jovencita se acercó a ver qué le había sucedido a su amigo.

 

    ¿Estás bien?

    Sí — dijo el joven Alasdeir. — Sólo es un rasguño.

 

Eochaid y su esposa se dispusieron a marcharse hacia el dūn dando por finalizada la tarde. El instructor de Alasdeir estaba revisando los cortes de sus piernas cuando una mano se posó en su hombro. Era Eochaid que se había vuelto tras dejar a su esposa e hijas al cuidado de algunos cortesanos que acudían a ver que era aquel barullo.

 

    Joven, has sido un valiente. Serás recompensado por ello como mereces.

 

El Rī se retiró y los muchachos felicitaron a Alasdeir, mientras el hombre grande les ordenaba recoger todo para volver al dūn a que le vieran las heridas.

 

Al día siguiente le permitieron quedarse en cama y curarse de las magulladuras. Deri estaba totalmente dolorido. De pronto alguien abrió la portezuela. La melena de color de fuego de Maeve iluminó el hueco.

 

    Has hecho algo que ni siquiera un soldado de mi padre habría hecho.

    No digas tonterías, tan sólo tiré de la oreja de ese poney.

    Te expusiste al peligro sin pensar en las consecuencias. Eres todo un héroe.

 

Alasdeir sonrió mientras Maeve se sentaba a su lado y le miraba las piernas. A pesar de que eran cortes superficiales mostraban un aspecto desolador.

 

    ¿Duele mucho? — preguntó con cara de preocupación.

    Sólo si me muevo — dijo mientras la chica rozaba con los dedos las heridas. — Y si me tocas, ten cuidado — Maeve dio un respingo.

 

Al anochecer el hombre grande vino a buscarle ya que el Rī deseaba verle. Como pudo se incorporó ya que las heridas empezaban a secarse y le producía una dolorosa tirantez. Caminaba con dificultad pero firme. El instructor le acompañaba con la mano en el hombro mirando hacia el frente. Llegaron al salón del Rī. Éste estaba allí con su esposa e hijas. En derredor suyo se disponían una serie de hombres que componían la corte del Rī Eochaid del Connacht. Con un gesto le hizo acercarse y el hombre grande le indicó con una leve presión en el hombro que debía arrodillarse. Con un gesto de dolor se colocó como estaba prescrito.

 

    Ayer demostraste tener un valor superior a todos tus compañeros y al de muchos hombres hechos y derechos — dijo el Rī dirigiéndose a sus nobles.

 

Los nobles se miraron y asintieron. El Rī se levantó y dio un paso hacia él. Alasdeir se estremeció ante la cercanía de tan poderoso señor.

 

    Creo que te debo una disculpa — dijo ante el estupor de todos, incluido el joven. — Creo que mi hija no tendría mejor hermano que tú. Desde hoy tienes mi permiso para que podáis estar juntos el tiempo que vuestras obligaciones os permitan.

 

El hombre grande dio un ligero puntapié a Alasdeir y este agradeció al rey sus palabras.

 

    Además, en cuanto acabes tu formación serás nombrado guardián personal de la Reina y de mis hijas. En tus manos estarán cuidadas como bajo la custodia del mejor de mis perros.

 

Alasdeir recordó la historia del pequeño Setanta, el mayor héroe legendario del Ulster.
 
             "Setanta era sobrino del Rī Connor McNessa de Ulster y de niño se entrenaba junto a los hijos de los nobles del reino, como hacía él ahora. Una tarde el Rī fue invitado por un rico herrero de la zona llamado Cullan. Connor preguntó a Setanta si quería acompañarle y éste, que estaba jugando a hurling (especie de jockey) con sus compañeros, le dijo que iría más tarde. En el banquete todos bebieron y comieron sin advertir al herrero de que faltaba un invitado. Cullan solía soltar un enorme perro muy fiero que guardaba su fortaleza al caer la noche. De pronto unos ladridos formidables asustaron a los comensales y todos repararon en que el can habría detectado la presencia de Setanta. Cullan se horrorizó pues imaginó que el pobre chico ahora sólo seria un cadáver ensangrentado. Nada más lejos de la realidad, Setanta al ver al perro lanzó la pelota de hurling directo a la boca y ya, desarmada la bestia al no poder morderle, la remató con el bate. Cuando todos vitoreaban al valiente Setanta observaron que Cullan sin embargo lloraba junto a su perro. Setanta, arrepentido, se acercó al herrero y le prometió criar un perro para reponer a su animal perdido y mientras tanto él mismo le serviría como el más fiero de los canes. Este amable  gesto le valió el nombre con el que todos le conocerían más tarde, Cu Chullain, el podenco de Cullan."
 
 
Eochaid volvió a sentarse y Deri se levantó para marcharse. Cuando casi estaba a punto de salir, el Rī le habló.

 

    Una vez me dijiste que nunca serias un hombre de Connacht. En aquel momento lo tomé como un insulto. Hoy te puedo decir que eres un orgullo para mí y que ojalá todos los hombres de Connacht fueran tan nobles como tú. Ese nombre con el que algunos se ríen de ti a tus espaldas, sea a partir de hoy un ejemplo para tus compañeros, Uladh.

    Gracias mi señor.

Alasdeir se marchó henchido de orgullo y sus compañeros le esperaban en el patio. Se agruparon a su alrededor y sin atender a sus ruegos y gestos de dolor lo alzaron sobre los hombros del mayor de ellos. “¡Uladh, Uladh!” gritaban a coro. Desde una ventana la rubia melena de Maeve observaba orgullosa al que ahora ya era oficialmente su hermano.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ahí tenemos el nombre guerrero de Deri, por el que será conocido desde ese momento.
¡Se me ha hecho corto!
Un saludo, tío Uladh. Cada vez se pone mejor ;)