miércoles, 9 de enero de 2013

Capítulo IX



Cuando volvió a despertar se hallaba en una habitación casi a oscuras. Se levantó y miró a su alrededor. Puso los pies en el frío suelo de tierra y se estremeció. Por la puerta apareció una mujer.

— Ah ya te has despertado dormilón.
— ¿Dónde estoy? — dijo Deri.
— Estás en el dūn (9) de Eochaid, el señor de Connacht.
— ¿Connacht? Pero ¿y mi tío? Mi abuelo estaba... no, mi abuelo.
— Venga acuéstate jovencito, estás aun aturdido.

En el dintel de la puerta apareció una pequeña de largos cabellos rojizos que con los ojos fijos en él y un dedo en la boca sonreía.

— ¿Quién es, Aoife? ¿Está enfermo?
— No está enfermo. Dejémosle descansar — dijo el ama.
— ¿Puedo verlo? — dijo la niña.
— Vamos pequeña Maeve, sal de aquí antes de que me enfade.

Al día siguiente el pequeño Deri se sintió algo mejor y pidió de comer. Le trajeron un poco de caldo de carne y una torta de harina. Después fue a visitarle un hombre alto y moreno con cara de pocos amigos.

— A partir de mañana te prepararás para adiestrarte con los cadetes del (10).
— Quiero ir a mi casa — dijo Deri.
— Tú ya no tienes más deseos que los que yo quiera, y no serán otros que servir a tu rey. ¿Tienes nombre?
— Me llamo Deri. Alasdeir O'Toghda.
— A partir de hoy sólo te llamarás “tú” hasta que te ganes el derecho a tener un nombre. Y recuerda, sólo eres un bastardo nacido entre escoria.

Durante un par de semanas, Deri se negó a entrenarse con los demás niños. Estaban divididos en dos clases, los hijos de los nobles de Connacht y los hijos de plebeyos que podían pagar que su hijo mayor ingresase en las tropas del rey. Entre estos últimos había tres que eran como Deri, niños que habían sido secuestrados en la frontera con el Ulster. El rey Eochaid decía que la manera de vencer al Ulaidh era que sus propios hijos lucharan contra él. Los muchachos mayores observaban risueños el entrenamiento de los recién llegados. Todos se rieron cuando Deri soltó el palo que a modo de lanza le había dado para probar su puntería.

— Es un cobarde. ¿De dónde le han traído? — decían los chicos mayores.

El hombre moreno y alto al que todos llamaban “Señor” se enfrentó a él y le ordenó con un grito que recogiera el palo.

— Tú, recoge el palo.
— Ni lo pienses. Y me llamo Deri — dijo cruzándose de brazos.

La bofetada le hizo caer de espaldas. Todos echaron a reír. Todos menos los recién llegados que temblaban ante el soldado con voz atronadora. Había alguien más que no reía. Desde una ventana una niña pelirroja se mordía los labios para no llorar. La pequeña Maeve era hija del rey Eochaid y observaba a los chicos entrenarse. A ella le habría gustado poder ser uno de ellos. Su vida se reduciría a casarse con alguno de los hijos de algún noble y otorgarle el reconocimiento para poder reinar. En la vieja Irlanda, heredera aun de un ancestral matriarcado prehistórico marcado por el carácter tribal y agricultor, se consideraba que la mujer era la que perpetuaba el linaje ya que era la que tenia a los hijos.
Deri se levantó sangrando y miró con odio al instructor. Se limpió la sangre y se irguió orgulloso.
El hombre recogió el palo y lo tendió al pequeño para que lo tomara. Lo soltó y el palo cayó a los pies de Deri que ni lo miró. El hombre rojo de ira pidió que se lo llevaran de allí inmediatamente o lo acabaría matando. Desde una torre, Eochaid asomado al pretil, observaba atraído por los gritos.

Pasaron algunos días en los que Deri estuvo encerrado sin comer en un cuarto con sólo un hueco por donde entraba algo de luz. Decidió que no se quedaría allí y buscó la manera de escalar la pared hasta llegar a la ventana por donde podría escapar. Comenzó a rascar la pared de barro y poco a poco aprovechando las grietas y los huecos llegó a la ventana. Aquella habitación estaba preparada para cautivos adultos, no para niños y menos con el espíritu libre de Deri. Salió sin problemas y se deslizó por la pared como pudo hasta caer al suelo. Se escondió al oír una voz entre los setos que rodeaban el dūn. Se asomó para ver de quien se trataba y descubrió a la chica pelirroja que se había asomado a su puerta el primer día que despertó en la fortaleza de Eochaid. Ella también se percató y se puso en guardia blandiendo el palo con el que había estado entrenándose como veía hacer a los chicos.

— ¿Quién anda ahí? Sal o entraré a buscarte — amenazó Maeve.
— Por favor, no grites. Me descubrirán.
— ¿Qué haces ahí? Tú eres ese chico que no quiere entrenarse.
— Me llamo Deri. Y no soy un cobarde como dicen.
— ¿Ah no? ¿Y entonces porque no coges el bastón que te dan y soportas que te golpeen y te humillen?
— No voy a ser uno de los cadetes de ese rey Eochaid. Tengo otra cosa que hacer y para eso debo marcharme.
— Ese rey es mi padre y ¿qué es eso tan importante que un niño tiene que hacer?
— Matar a un dragón y a un hombre de hierro.
— ¿Y cómo pretendes matarlos, a pedradas? — dijo Maeve en una carcajada.
— ¿Y tú que hacías aquí con ese palo?
— No te importa.
— Estabas entrenándote Como un chico.
— No sé porqué no puedo hacerlo. Sólo los muchachos podéis entrenar para ser soldados. También yo quiero luchar y matar enemigos — dijo blandiendo el bastón.
— ¿Te das cuenta? Yo no quiero y tú que lo deseas, no te lo permiten.
— Si entrenáramos, podríamos enfrentarnos juntos a ese dragón y a ese hombre, y a quien queramos.
— Pero yo quiero hacerlo ya. Tengo que matarlos. Mataron a mi padre y tienen a mi madre y a mi hermana.
— Coge ese bastón — dijo señalando una rama tirada en el suelo.
— ¿Para qué?
— Cógelo.

Deri tomó el palo y esperó a ver que le pedía Maeve. No supo que hacer cuando ella le dijo: “Defiéndete”. La primera estocada le hizo doblarse sobre sí mismo cuando le dio con la punta del palo en el estomago.

— ¿Pero qué haces? Usa tu arma — dijo señalándole el bastón que había dejado caer.    — ¿Es así como vas a matar al dragón?

Deri se levantó y con la mano en el estómago y ganas de llorar cogió el palo mirando a Maeve con cara de circunstancias.

— Defiéndete — volvió a decir la chica.

Deri levantó el palo y Maeve volvió a intentar el mismo movimiento pero logró evitarlo. No así el siguiente que le asestó en el hombro dejándolo magullado.

— Vuelve a subir la pared y entra en la celda. Le diré a mi padre que te haga salir y te deje estar con tus compañeros. Tú, entrénate y nos veremos aquí todas las tardes para ejercitarnos. Recuerda que no debes decírselo a nadie. Será nuestro secreto. Si mi padre se entera...

Deri aceptó y trepó por la pared para deslizarse de nuevo por el hueco. A la mañana siguiente muy temprano se abrió la puerta y apareció el instructor.

— Sal. El te ha perdonado. Reúnete con tus compañeros. Si por mí fuera te habrías podrido en este agujero.

Deri salió y fue al patio con sus compañeros. Se colocó en el extremo de la fila. Todos le miraban. El instructor ordenó a todos coger el bastón con el que entrenaban. Deri lo miró en el suelo y subió su vista hasta la ventana donde viera a Maeve unos días atrás. Allí estaba ella, observándole. Deri reprimió su voluntad y se agachó a cogerlo, sopesándolo. El hombre alto le miró y sonrió. No le dijo nada. Se dirigió a todos y empezó a darles lecciones sobre la defensa y el ataque. Maeve sonrió también.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ahora, ¡Deri aprenderá las artes del combate! Y entrenándose con la princesa, ni más ni menos. Me da que a esos dos les va a ir de un pelo en más de una ocasión...