domingo, 4 de noviembre de 2012

Capítulo III


Alasdeir dio un paso atrás separándose del tuerto y asió la empuñadura de su espada. Todos los presentes se levantaron de un salto y se fueron acercando a la pared como protección ante la violencia que se veía en los ojos azules de Alasdeir.

— Vete mientras estás a tiempo Flintan.
— ¿Quién me obligará, tú? — rió con una mueca mientras empuñaba una espada sacada casi de la nada.

Alasdeir trató de sacar la suya, pero quedó atascada en su funda. Hacia tiempo que la tenia olvidada entre sus recuerdos dentro de una caja de madera roñosa y el acero estaba pegado a la funda de cuero endurecida por la falta de engrase. Ante la estocada de Flintan McAnder, el tuerto norteño de oscuros cabellos que parecía conocer demasiado bien a Alasdeir, éste tiró fuertemente del mango rompiendo la tira de cuero que a modo de tahalí dejaba colgada su espada en su costado y, esquivando el golpe, paró con la suya la espada de Flintan. Así estocada a estocada, golpe tras golpe, la vieja espada de Alasdeir quedó desnuda frente a su oponente.

— Hacia mucho que no lucias tu Claiohmdubh.(3)

Decididamente Flintan estaba en forma, no así su oponente que fue cediendo terreno hasta encontrarse con la pared.

— Te has hecho viejo Alasdeir, para luchar, para reinar y para vivir.

Alasdeir sacó fuerzas y se pegó a él uniendo ambas espadas mientras forcejeaban tratando de recuperar terreno. Ninguno de los dos se apercibió de una furtiva sombra que se había colado en la estancia y desde un rincón no perdía detalle. Alasdeir empujó a Flintan contra una silla y éste trastabilló hasta quedar de rodillas, momento en que aprovechó para levantar el brazo con la intención de descargar un golpe contra el cráneo o el hombro del tuerto. En un instante vio una figura pequeña  acurrucada contra la pared y se detuvo con el brazo alzado.

— ¡Ian! Vete de aquí — bramó.

Fue más el quedarse sin respiración que el dolor, lo cierto es que cuando se miró el vientre contempló con estupor como Flintan, aprovechando el instante de duda, había hundido un cuchillo bajo las costillas. Dejó caer la espada y vacilando se acercó a la pared intentando deshacerse de aquel acero que mordía rabioso su costado. Un fuerte dolor oprimía su pecho cada vez que trataba de respirar. Flintan se levantó y se le acercó.

— Vamos, dime donde está la corona de Thule(4) o me harás buscarla en tu casa, y tengo aquí a quién me llevará — dijo tomando del pelo al pequeño.

Alasdeir escupió un golpe de sangre y tos. Sus ojos reflejaban la certeza de que todo había acabado para él. Flintan se le acercó aun más y hundió sus dedos en la herida que hacia burbujas sanguinolentas por donde escapaba el aire que Alasdeir trataba de respirar. De pronto un grito ahogado salió de la garganta de Flintan, Ian había cogido la negra espada de su padre y la había hundido en la pierna del desfigurado tuerto. Cuando iba a descargar un tajo sobre el niño oyó que se acercaban algunos aldeanos encabezados por el hermano Adrian armados con porras y horcas. Flintan comprendió que poco podía hacer el solo contra aquella chusma y optó por huir no sin antes advertir a Alasdeir que recuperaría el aro de acero fuese como fuese.
Ian se acercó a su padre que yacía sentado sobre un charco de sangre haciendo acopio de sus últimas fuerzas.

— Ian, hijo mío, cuida de tu hermana, Ardrid sabrá lo que hay que hacer. Hacedles caso en todo.
Ian lloraba entre sus brazos cuando entraron el hermano Adrian y el resto de aldeanos. Alasdeir estaba muerto y del tuerto no había mas rastro que un reguero de sangre hacia una ventana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una cuchillada artera, la vida y la muerte siempre bailando sin saber quién es favorito de cual... hasta que la balanza se decanta decidiendo el sino de los condenados.
¿Cómo será el viaje del protagonista a la Otra Tierra?
Confieso que este episodio se me ha hecho cortísimo, no sé si porque lo he devorado o es que con los años mi hambre de sangre ha crecido demasiado.
He sentido una agradable emoción al verte de nuevo a las armas.
Pero por todos los santos putos dioses, Tío Uladh, ¡aún no es momento de dormir el sueño de los muertos!

Eilidh dijo...

Estoy con Kerish: sabe a poco!!