De cómo Uladh conoció a Sigurdr y marchó de Irlanda
Los años pasaron y Alasdeir se convirtió en un muchacho fuerte
y aguerrido. Destacaba entre los otros cadetes de su edad y hasta entre los más
mayores. Continuaba entrenando en secreto con Maeve, a la que le unía un lazo
de hermandad, que era envidiado por muchos de los jóvenes que querían ellos
mismos ser considerados siquiera amigos de alguien que había recibido del
propio Rī los honores de un campeón. La joven decía que según le había contado
la vieja Aoife, su ama y consejera, las personas tienen en su alma la parte
femenina que rige su cabeza, sus emociones y su buen criterio; y por otro lado
su parte masculina que guía su corazón, su fuerza y sus brazos. Normalmente
ambas partes conviven en cada uno de nosotros aunque una de ellas domina y nos
hace ser hombres o mujeres.
Según Maeve, en una vida anterior ellos fueron una sola
persona. Su alma por alguna razón se dividió y nacieron como dos personas
distintas. Estaba segura de que si continuaban unidos hasta la muerte, en la
próxima vida volverían a ser una sola alma.
—“¿Por eso ahora los llevas juntos en esa vasija?— dijo Ian
mientras Sinead le fulminaba con la mirada y Ardrid se guardó una sonrisa.”
Alasdeir fue llamado por el Rī para comunicarle que formaría
parte de una embajada de paz que viajaría a la ciudad de Dyflin (Dublín),
en el este. El Rī de Connacht no tenia muchos amigos en la isla y cuando supo
que el rey noruego de Dyflin no acataba la autoridad del Ard Rī, y últimamente
había tenido disputas fronterizas con el rey de Ulster que era primo del Ard
Rī, decidió ofrecerle su amistad.
—
Ese maldito lochanann es tan de fiar como un tejón,
pero si es enemigo de los O’Niahll es amigo mío — dijo Eochaid —. Llevarás un
mensaje de amistad para el rey, Uladh. Te llevarás a los muchachos que te sean
de mayor confianza. Ni que decir tiene que de ti depende el que haya
entendimiento con esos galls. En tu mano, mi querido Uladh, está mi
trono.
Una gran responsabilidad sobre los hombros del joven Alasdeir
que no dudó en aceptar. Eligió a algunos compañeros y se dirigió a Dyflin. Los
irlandeses no conocían la caballería y normalmente se desplazaban corriendo o
caminando. Aún así, eran jóvenes y no tardaron mucho en llegar. Las cuestiones
diplomáticas no les llevaron mucho tiempo ya que apenas pudo recibirles el rey,
en realidad un comerciante noruego capaz de mantener un pequeño ejercito. Sin
embargo, le sobró para confirmar un débil tratado de paz que garantizaba la no
intervención de Ivar de Dyflin en cuestiones que dañasen a Eochaid de Connacht.
Alasdeir aprovechó para dar una vuelta cerca de los muelles del
Liffey, el río que discurría despacio y tranquilo por las negras tierras de
Dyflin. Una docena de grandes barcos panzudos y largos, como nunca había visto
el irlandés, se disponían atracados uno junto al otro en una sucesión de
grandes moles de madera. Un par de gradas se hundían en las negras aguas y
sobre ellas, como el mondo esqueleto de un gigantesco animal, las varengas de algunos barcos en construcción. Multitud de naves más pequeñas se
arremolinaban subiendo y bajando por el río. Los jóvenes cadetes, como
cachorros juguetones, bromeaban mientras paseaban y echaban miradas a las mozas
que deambulaban por el muelle y les sonreían al pasar. De pronto casi
tropezaron con Alasdeir que se había detenido y se mantenía rígido como una
estatua.
—
¿Qué sucede Uladh? Parece que hayas visto un fantasma — dijo
uno de ellos al ver la lividez del rostro de su compañero.
—
El dragón... — fue lo único que acertó a decir.
—
¿Dragón? — los jóvenes miraron hacia donde Alasdeir —. Un drakkar
sí, como todos esos.
—
No, no es como todos esos. Es él, el dragón.
Los cadetes se miraron confusos. Tal vez Alasdeir no había
visto nunca uno y estaba impresionado. Tampoco había nada de especial, aunque
hasta Connacht no habían llegado muchos, la mayoría de jóvenes sabían lo que
eran aquellos barcos ligeros erizados de remos que remontaban los ríos. Cierto
que su fama era negra. Las campanas tocaban a rebato en cuanto alguno de esos
dragones era intuido por algún pescador o un campesino. Eso en Connacht, allí
en Dyflin debía ser normal, ya que estaba amarrado junto a otros dos barcos de
carga y no parecían suponer ningún peligro.
—
Venga Uladh, si quieres mañana volvemos y lo vemos más de
cerca. Ahora deberíamos regresar a la posada.
Uladh parecía en trance y casi tuvieron que arrastrarlo hasta
donde se alojaban. Los compañeros de Alasdeir se reunieron en la taberna que
daba al puerto y pidieron algunas copas de vino. Pocas veces se les permitía
beber bebidas alcohólicas y mucho menos vino, así que al estar lejos de casa y
sin la vigilancia del instructor decidieron salirse de la norma, al menos ese
día. Alasdeir les acompañaba pero sólo tomó una copa. Estaba atardeciendo
cuando salieron de la taberna y se cruzaron con un grupo de hombres altos y
fornidos. Eran galls seguro, por su aspecto y su lengua. Los de Connacht
se apartaron discretamente para dejarlos pasar. Era evidente que todos a esa
hora estaban ya un poco pasados de alcohol, tanto ellos como los que se les
cruzaban, y no querían problemas. Mucho menos con marinos curtidos siendo ellos
sólo unos bisoños.
—
Cuidado pequeños, no os hagáis daño — dijo uno de los
vikingos.
—
Estos irerlanders, son un estorbo. Deberíamos echarlos
al mar a todos — añadió otro entre las carcajadas de los demás.
Eran cinco hombres y ellos ocho, pero la experiencia y tamaño
estaban a favor de los noruegos. Agacharon la cabeza los más precavidos y
simplemente pasaron de largo los demás, pero Alasdeir se detuvo.
—
¿Sois marinos de ese dragón que tiene una vela roja y una
cabeza de serpiente con cuatro cuernos? — dijo Uladh en un horrible norsk.
—
¿Quién coño es éste “pela ovejas”, que se atreve a hablarnos?
— dijo gruñendo con un vozarrón, uno de los vikingos.
—
Anda Uladh, déjalo, no nos metas en problemas — dijo Ciarain,
el mayor de los compañeros de Alasdeir.
—
¿Lo sois, o no? — continuó sin hacerle caso.
—
A ver imberbe, no mereces ni un momento del tiempo que tardaré
en responderte, pero si quieres saberlo... así es ¿Algún problema?
Los de Connacht no portaban más arma que un pequeño cuchillo
con mango de cuerno y una vara de madera acabada en un nudo, de algo más de
medio metro, que llamaban Shilellagh. Los vikingos en cambio portaban un
cuchillo de un solo filo, del tamaño de un brazo, al que denominaban scramasax.
Un hombre de pelo rubio rojizo y mal encarado se acercó a ellos.
—
¿Qué hacéis haraganes, aún no habéis tenido bastante? Embarcad
ya, mañana temprano salimos.
—
Verás Eric, este mocoso tiene curiosidad por saber de tu
barco. ¡Tal vez quiera enrolarse!