Todos los días Deri se entrenó con sus compañeros y luego con
Maeve. A medida que pasaban las semanas fue creciendo y haciéndose fuerte. Más
que sus compañeros que no tenían la doble sesión de entrenamiento que él. Maeve
por su parte le cogía cada vez más cariño y admiración. Ella ya sabia luchar
como cualquiera de los niños gracias a Deri. Pudo comprobarlo un día que dos
chicos mayores se quisieron reír de ella cuando en el patio trasero del dūn
la abordaron cortándole el camino.
— Si quieres pasar tienes que pagar. Ese broche por ejemplo.
— Quitaos de en medio u os arrepentiréis.
Ante la risa de los chicos Maeve cogió una estaca apoyada en la
pared y con un par de fintas los dejó fuera de combate doliéndose de los
golpes. Ella se alejó despacio y ufana regodeándose en su triunfo.
Ya para entonces Alasdeir y Maeve eran uña y carne. Ningún
movimiento del chico era inadvertido por ella y no había nada que Alasdeir
hiciera que no contase con el beneplácito de Maeve. Sin embargo su relación
no pasó desapercibida al propio Eochaid
ya que no había día que su hija no le nombrase en alguna ocasión. Esto, lejos
de ser un asunto de críos, empezó a preocupar al rey que temía que esa amistad
de niños pasara a más dentro de unos años ya que su hija era su herencia y
tenia otros planes para ella.
Ardrid se levantó y Sinead protestó.
— ¿Eso es todo? ¿Nos vas a dejar ahora así?
— Hay que comer, voy por algo para los tres.
Ian tragó saliva. Estaba en éxtasis escuchando la historia de
la infancia de su padre. Cuando Ardrid se marchó asaltó a su hermana.
— O sea, que padre perdió a su familia. Y esa Maeve, debió ser
su novia o algo así. Tan pequeño y ya sabia luchar. Sinead yo también quiero
aprender y entrenarme.
— Tranquilízate Ian. Todo eso debe ser una patraña inventada
por Ardrid, un cuento — contestó Sinead que veía en los ojos de su hermano un
brillo especial que le recordaba a los de su padre cuando se ponía a rememorar
viejos tiempos.
— Créetelo o no — dijo Ardrid que acababa de llegar, — pero es
la verdad tal como me la contó la propia Maeve. Siento que tu padre no haya
sido criado en una granja como vosotros, pero deberíais sentiros orgullosos de
cómo sobrevivió un niño tan pequeño a tanto sufrimiento.
Sinead se sintió avergonzada y bajó la mirada. Ardrid repartió
la comida que le habían dado, sardinas ahumadas y cerveza, lo más sencillo de
llevar en un barco y lo único que podía durar durante la travesía Una comida y
una bebida que daba energía y no hacia enfermar. Comieron en silencio y algo
más tarde se acostaron. Mientras no les llegaba el sueño, Ian pidió que
continuara la historia. Ardrid se negó pero ante la insistencia del pequeño
decidió contar un poco más.
De cómo Alasdeir llegó a ser llamado Uladh
Habían pasado algunos años y Deri era ya un muchacho de unos
diez años. Era bastante alto y más fuerte que el resto de su grupo. Seguía
entrenando con Maeve por las tardes y ambos mantenían un vinculo de hermandad
que empezaba a no pasar desapercibido al resto de compañeros. Tampoco a
Eochaid.
El Rī llamó a su hija un día para hablarle de su futuro.
Maeve acudió. Allí estaban su madre, también Ygrainne, la hermana mayor de
Maeve y la pequeña Ainne, que había nacido cuando ella y Alasdeir se
conocieron. Tendría cinco años. Su padre le habló.
— Mi querida niña, estas llegando a una edad en la que no
conviene que andes sola por ahí. Tienes que prepararte para ser una buena
esposa y una reina como tu madre.
— ¿Porqué? — preguntó la niña.
— Es tu cometido. Buscaré un buen marido para ti y algún día
serás reina de algún país vecino.
— Pero yo no quiero ser reina, ni esposa, ni madre. ¿Porqué no
pueden serlo mis hermanas?— dijo señalando a la pequeña Ainne.
— Tú harás lo que yo diga. Y no me gusta que te veas tanto con
ese joven cadete, tú eres una mujer y no debes mezclarte con esos rapaces.
— Es mi hermano y me gusta estar con él.
— ¿Tu hermano? Tu estás loca. ¿Bromeas o qué? Tus hermanas son
Ygrainne y Ainne. No tienes más.
— Él es mi hermano, yo así lo siento. Yo y él somos una misma
persona. Al menos lo fuimos.
— No voy a oír más tonterías. Harás lo que yo te digo y punto.
Ahora márchate.
Maeve salió llorando de rabia. Corrió a esconderse en lo más
oculto del dūn. Eochaid llamó al instructor de los jóvenes para
interrogarle sobre el joven.
— Es uno de los mejores que he tenido a mi cargo Mō Rī (mi rey). Ha ido superándose día a día. Estoy muy orgulloso de él.
— ¿De quien es hijo, algún rico granjero o un noble del entorno?
— Me temo que no- dijo ante el asombro del rey. — Es uno de los
chicos sin familia. Le trajeron de la frontera.
— Bien tráemelo, quiero conocerlo.
Así al día siguiente tuvo que presentarse ante el Rī Eochaid. El hombre alto y moreno le explicó
como debía comportarse ante el rey. Alasdeir se arrodilló al entrar en la sala
donde le esperaba el monarca. La trenza que solían llevar a un lado de la
cabeza colgaba junto a su mejilla. Eochaid le ordenó levantarse.
— Me han dicho que eres un buen luchador y que aprendes mucho.
— Es un halago viniendo de vos que sois un gran guerrero — dijo
Alasdeir siguiendo la instrucción del hombre alto.
— Muy bien — añadió el rey complacido. — ¿Estás a gusto con tus
compañeros?
— Son muy valientes todos y somos casi hermanos.
— Sé que conoces a mi hija Maeve. ¿Qué piensas de ella?
— Eh... no sé que decir. Yo no quiero molestarla. Es como una
hermana.
— No es tu hermana. Ella es una princesa. Tiene una labor que
hacer y no pasa por ser nada tuyo. ¿Me comprendes?
— Claro señor — dijo Deri tragándose su orgullo.
— Bien, espero que lo recuerdes. Ahora sigue entrenándote y
conviértete en un hombre de Connacht, para que los tuyos se sientan orgullosos
de ti estén donde estén. Puedes marcharte.
Alasdeir se arrodilló antes de girarse y marcharse. Iba a
atravesar la puerta cuando se volvió. Con los puños apretados se enfrentó al
poderoso rey con sus diez años.
— Yo no soy un hombre del Connacht y nunca lo seré — dijo
mientras el rey se levantaba estupefacto. — Yo soy del Uladh. Del Uladh.
Irlanda estaba dividida en cinco reinos, cuatro reales y uno
virtual. Connacht y Uladh al norte y Mumham y Laighean al sur. En el centro
geográfico existía un reino llamado Meath donde vivía el Ard Rī , el
Alto Rey. Elegido entre los cuatro reyes de la isla gobernaba al resto de forma
espiritual. Desde hacia mucho era elegido un rey del Uladh, de la estirpe de
los O’Niahll. Los reyes del Connacht estaban enfrentados a los reyes del Uladh,
como ya sabemos, desde tiempos inmemoriales. El Laighean apoyaba al Uladh
porque los caudillos noruegos que gobernaban realmente las ciudades del reino
querían mantener la amistad con su vecino del norte con quienes compartían
costa. El Mumham, situado en la esquina inferior izquierda de la isla era
comprado por el Uladh ofreciéndole el apoyo en cuantos litigios tuviesen con el
Connacht. Así el rey Eochaid estaba solo en su norte lluvioso y de altas costas
sin puertos ni grandes ciudades. Era una región yerma y agreste sin apenas
riqueza. No era suculenta ni deseada y por ello quizás aun mantenía su
independencia. Pero era tierra de valientes y habrían vendido cara su
integridad.
La noticia de lo que había ocurrido en la sala del consejo del
rey llegó rápidamente a todo el dūn, más aun cuando el instructor ordenó
que se azotara a Alasdeir por su bravuconería y descaro. Sus compañeros desde
entonces se reían de él llamándole despectivamente “Uladh” para recordarle
aquel episodio. Sin embargo a él no sólo no le molestaba sino que lo hacia
reafirmarse en su identidad. Continuaba siendo el más preparado de sus
compañeros, sin embargo aquella soltura de su lengua le tenia ahora sumido en
la marginalidad.
Sin embargo, un incidente cambió para siempre la situación del
jovencísimo Alasdeir.